viernes, 1 de junio de 2018

Ana María Alonso, nuestra compañera

Cuando alcancé mi Título de Maestra y recibí mi primer nombramiento para poder ejercer en un pueblo de la provincia de Madrid, llegué a conocer a mi primer grupo de alumnos con la misma ilusión y entrega con la que dejé al último muchos años después en el Colegio Ciudad de Valencia, donde durante 32 años encontré magníficos compañeros que me hicieron comprobar que lo que yo sentía por el Magisterio no era algo propio y único, sino algo muy común entre los Maestros: todos buscábamos lo mejor para nuestros alumnos. A lo largo de esos años fui aprendiendo cada día algo nuevo de los aproximadamente 1200 alumnos que en total he conocido.


He vivido la enseñanza desde el corazón, dándome cuenta de que cada niño debe ser tratado individualmente ya que cada uno merece su tiempo y su atención y aunque la educación principal debe partir de los padres, estimo que el profesor es un colaborador indispensable. Creo por tanto, que merece ser respetado por instituciones, APAS y poderes públicos en general si queremos que sean respetados por sus alumnos.

Comprendí lo importante que era mi profesión al pensar que aquellos niños serían nuestros futuros médicos, enfermeros, abogados... ¿y por qué no? carpinteros, fontaneros.... y todas aquellas profesiones que hacen posible que nuestra sociedad funcione.

Me di cuenta de que la educación significaba conseguir el desarrollo integral de mis alumnos, porque aunque con la educación no se solucionan todos los males de la sociedad, una buena formación profesional y sobre todo personal de sus individuos consigue, a la larga, mejorarla. 

Siempre sentí inquietud frente a las reformas de las leyes, cursillos y todo aquello que pudiera ponerme al día. Traté de ser sincera con todos y sobre todo conmigo misma, tanto al vivir los buenos momentos como otros llenos de dificultades. Procuré inculcar en mis alumnos valores y conocimientos que les formaran como personas y les hicieran más libres.
Por eso, cuando me encuentro con alumnos como Julio y muchos otros con los que aún hablo, me alegra pensar que mi trabajo no ha sido estéril, que algo de mi trabajo personal ha calado en esas promociones que he tenido la suerte de ayudar a formar, enriqueciéndome yo misma al mismo tiempo, encontrando siempre en los alumnos la fuerza para seguir adelante frente a las dificultades que iba encontrando. 

Para mí, ser Maestra, implica ante todo vocación y creo que es una de las profesiones más gratificantes que conozco.

Siempre fui consciente de que la Escuela Pública era la única oportunidad de formarse que tenían la mayoría de mis alumnos y por eso, después de dedicarme a ella durante 40 años de mi vida, sigo pensando que, aunque la educación es una inversión a largo plazo, es fundamental apoyar la Escuela Pública para que pueda llegar a todos.

No hay que tener nostalgia de tiempos pasados, pero sí intentar no perder lo conseguido con tanto esfuerzo y hacer notar a todos los gobernantes que la educación tiene que estar al alcance de todos para no aumentar las desigualdades.